Las convenciones internacionales que actualmente regulan las drogas en el mundo son tres, la de 1961; la de 1971; y la de 1988. ¿Podríamos regular las comunicaciones, el sistema financiero, las relaciones laborales de 2023 con reglas establecidas hace más de 60 años? Conozca lo que dice María del Mar Pizarro frente al tema.
Las convenciones internacionales que actualmente regulan las drogas en el mundo son tres, la de 1961; la de 1971; y la de 1988. Ahora me pregunto ¿podríamos regular las comunicaciones, el sistema financiero, las relaciones laborales de 2023 con reglas establecidas hace más de 60 años? La semana pasada en la Sesión 66, la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas en Viena, escuchamos a gobiernos como Bolivia, México y Colombia y a importantes organizaciones de la sociedad civil latinoamericanas como Acción Técnica Social, DeJusticia y el Instituto RIA apelando a una revisión y muy necesaria actualización de estas convenciones.
En la orilla diametralmente distinta 24 países entre los que se encuentran grandes jugadores de la arena internacional como Rusia, Arabia Saudí y China e incluso países vecinos, como Cuba y Venezuela se unieron en un comunicado que leía lo siguiente:
“Le pedimos a los estados miembros que se asegure la completa y efectiva implementación de estas convenciones. Estamos preocupados por la legalización del cannabis para usos no médicos (…) reafirmamos nuestra determinación (…) de promover activamente una sociedad libre del abuso de las drogas (…)”.
En el centro de esta disputa está en realidad el prohibicionismo y una guerra contra las personas, en las que el productor y comercializador de las sustancias es el enemigo y el consumidor una víctima sin agencia. Pero como todo en el mundo esto no es blanco y negro. La economía del narcotráfico se ha sustentado en la desigualdad y la pobreza de los países productores sometiendo a sus poblaciones a la guerra, la violencia y la corrupción. Además, la mayoría de consumidores son funcionales, no tiene problemas por el consumo de sustancias y les guste o no son parte fundamental de la sociedad.
Sin embargo, el miedo, completamente comprensible, ha hecho que le cerremos la puerta a la ciencia, la investigación y la evidencia de otras alternativas distantes al prohibicionismo. El miedo ha evitado por ejemplo que nos enfoquemos más en la prevención y que nos neguemos a un debate pretendiendo ocultarlo bajo el tapete. ¿Qué va pasar si no hablamos honestamente con nuestros jóvenes? ¿Qué impactos tiene la ausencia de información y/o la desinformación en la generación de daños de las diferentes sustancias? ¿No ha sido hasta ahora un fracaso la prohibición como herramienta para prevenir o acabar el consumo?
Definitivamente enseñarles a nuestros hijos que fumarse un “bareto” o “porro” va a hacer que terminen en la indigencia o rehabilitación no solo no funciona sino que hace que pierdas toda credibilidad cuando se dan cuenta que no es cierto y que así como el coco no se los llevó cuando no se tomaron la sopa, tampoco terminarán tirados en una calle perdidos en el consumo, incluso en un contexto en el que reina la falta de información, regulación y en el que se ha pretendido hacer del consumo un delito.
Para la mayoría de países latinoamericanos estos miedos y prejuicios han salido bastante caros: pérdida de millones de vidas; desastres ambientales por cuenta del glifosato y la deforestación; y así como un desperdicio astronómico de recursos económicos aumenta cada año. La producción de cocaína este año aumentó un 30 por ciento a pesar de todos nuestros esfuerzos y cada vez es más fácil conseguir droga en cualquier lugar, por ejemplo, un joven en Bogotá puede conseguir en menos de 10 minutos y por tan solo 20.000 pesos un gramo (aproximadamente 4 dólares), eso sí, sin saber con exactitud qué está consumiendo y los impactos que podría generarle. Por esta razón ya se alzan voces progresistas pidiendo que hagamos pilotos de regulación con énfasis en la reducción de riesgos y daños del consumo. Ni los jóvenes van a dejar de consumir porque se los prohíban ni los comercializadores van a dejar de vender porque la policía los persiga.
Es entendible que el multilateralismo está basado más en el consenso que en la autodeterminación de los pueblos, lo que no es aceptable es que ese consenso esté basado en tabúes, prejuicios y creencias que desde hace muchos años han sido rebatidas por la evidencia científica que, por supuesto, está alejada de lo popular y rentable políticamente que pueda ser tomar una posición frente a este tema.
Por eso es imposible no preguntarnos ¿le estamos fallando al planeta, a nuestros jóvenes y adultos al haber creado un sistema político internacional que no solo no se adapta a las realidades territoriales y temporales, sino que además basa su consenso en contra de la evidencia?
Publicado en Cambio Colombia