Estuviste presente durante toda mi vida. Sin embargo, llevaba años sin sentarme a hablar contigo, a hablar de verdad, a echar cháchara, a escuchar tus recuerdos que siempre fueron una especie de memoria que sentí arrebatada y claro de tus lecciones de vida, enseñanzas y consejos de papá, paternidad que estoy segura no ejercías solo conmigo por mi orfandad sino con todo el que conocías. ¿Cómo te extrañarán, sin saber que te extrañan, los transeúntes, vagabundos y personas sin rumbo de este mundo?
Dos días antes de tu muerte pudimos tener esa charla aplazada, como siempre contigo a la conversación se le acabó el tiempo. Para lo divino y lo humano no hay reloj que aguante.
Fueron tres horas que parecieron un instante, hoy quisiera que me hubiera dejado el avión y no haber aplazado todos nuestros asuntos para el siguiente fin de semana. Este, en el que ya no estás. Debo confesar mi arrepentimiento por no haberte disfrutado más.
“Ahora que te has ido y yo me he quedado sin Rafael”, solo puedo recordar esa lección que palpita: no puedes vivir sin cadena de afectos, ese concepto mágico que solo se puede describir como la maraña de sentimientos que significa ser familia, sin serlo y que es al final algo irrenunciable y reconfortante.
En esas últimas tres horas, 180 minutos, 1080 segundos, que pasé contigo, y con César alcanzamos a hablar del amor, la política, la vida, y la muerte. Tú, un seductor empedernido, con la personalidad más voluptuosa que conoceré jamás, acumulador de amores recitabas aforismos: “Acaso yo soy equipo de sonido para ser de alta fidelidad…”. Me insististe, como buen oficial de Bolívar, que en el amor se debe lealtad, no fidelidad y la importancia de diferenciarlas, insististe también que uno debe irse como entró a una relación, por la puerta grande de la amistad y no la discordia. Esa lealtad tuya que te llevó a hacer algo que al resto de mortales nos es casi imposible convertir examores en grandes amistades.
Estabas dichoso, esperanzado, orgulloso de nuestro presidente, del gran hombre y estadista en el que se había convertido y en el hito político latinoamericano que pronto sería. Estabas preocupado por quienes subidos en la piragua de la transformación reman para otro lado, por aquellos que viven el 2022 en vocación de 2026, asustado por el cálculo que se sobrepone a la transformación de nuestras realidades actuales, por quienes crean divisiones y acechan a un pacto histórico recién posesionado. Como Melquiades en Macondo me regalaste tu revelación: un libro que me causó mucha gracia y que escribiste por allá en el 92 “Y al malo solo el cariño lo vuelve puro y sincero”, la guía definitiva para ser congresista y proteger este proyecto político de cambio por el cual ustedes trabajaron toda su vida y que hoy es el legado de muchos.
Me envolviste en tus poemas, aquellos de un libro que prometí publicar. Lloramos juntos cuando leíste el del día que te enteraste que había muerto tu amigo, tu hermano Carlos Pizarro. Era como un regurgitar de dolor y rabia que te salió en un camión (bus) en Ciudad de México, yendo a la UNAM, en busca de tu exmujer quien después de tantos años juntos era la única que podría abrazar un corazón destrozado y en el quizás llamabas a una insurrección armada. Y un segundo poema en que la rabia ya solo era nostalgia e invocabas a la paz.
No puedo dejar de pensar hoy una semana después del último día en el que te vi o te veré. En esa frase que escribió mi papá cuando abandonó las Farc: “Ya vuelvo”, ahora es mi papá quien vuelve a ti, a su gran amigo, espero ya estén juntos, quizás meneando una mecedora frente al mar mientras escuchan un vallenato, quizás ya Carlos está con Rafael.
Publicado en El Universal